«En las formas hay un gran potencial transformador»

«Tradicionalmente se ha desconfiado en la capacidad real del arte para abrir otros posibles»

Andrea Soto Calderón, filósofa y profesora de Estética y Teoría del arte, dirige el seminario «Maneras de hacer», un espacio de reflexión en torno a las publicaciones de artista, en las que ve un territorio fecundo para explorar formas disientes que desafían los procesos de estandarización y permiten imaginar otras realidades posibles.

¿Por qué el interés en las metodologías de las prácticas artísticas?

Cuando me invitaron a dirigir el seminario pensé que la aportación que yo podía hacer tenía que ver con una línea que me interesa mucho, que es el restablecimiento de esa cualidad de pensamiento y de conocimiento que tiene el arte. Tradicionalmente, siempre se ha visto el arte como una forma de experiencia, de sensibilidad, pero no se le valida en su estatuto de conocimiento, y se desconfía mucho, aun cuando se habla de arte crítico, de su capacidad real para abrir otros posibles o para hacer una crítica, ya no sólo en el sentido de denuncia, sino en el sentido creativo de imaginar otros espacios y otros modos de representación. En este sentido, me parece fundamental pensar en los procesos creativos, en las maneras de hacer de las prácticas artísticas donde puede abrirse otro gesto imaginante. El tardocapitalismo actúa estandarizando las formas, intensificando la mímesis, desde cómo nos vestimos, hasta el modo en que nos movemos. Pienso que ahí hay un campo de batalla, un campo muy amplio de otra manera de entender cómo se configura la realidad, tal como ha desarrollado Gérard Granel en su análisis de lo que significan las formas en el capitalismo. Es como volver a pensar ese falso debate de la izquierda sobre la cultura material, como si en las formas no se jugara nada, como si fuera un añadido o un decorado.

Las formas no son inocentes.

Yo parto de la idea de que las formas son siempre materiales y que hay un trabajo en la forma que sin duda puede abrir otro modo de experiencia, pero sobre todo puede levantar la capacidad de imaginar una realidad que no tiene esa capacidad de ser imaginada. Decía Fredric Jameson que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, una frase que se ha leído de muchas maneras y que luego Žižek o Fisher han popularizado, pero que abre la pregunta por cuál puede ser el lugar que pueden tener las prácticas artísticas para abrir los territorios de la imaginación en un tiempo que se presenta sin futuro. Por ello, para mí la pregunta en las publicaciones de artista es cómo aparecen las cosas, cómo pueden forjarse otras relaciones, los mecanismos que están allí, las metodologías, las operaciones, los dispositivos para operar ciertos desajustes de un determinado orden que se nos presenta como lo único que tenemos para vivir. Y ahí yo veo que el campo del arte, en particular ese dispositivo de cómo se presentan los trabajos, de cómo se muestran los procesos, tiene un territorio muy amplio. No sólo para trabajar en lo utópico, en ese futuro por venir, sino como dice Rita Segato, en aquello que es más tópico que utópico, o sea, los territorios que configura y que posibilita.

¿Los artistas cada vez están más involucrados en este tipo de prácticas?

Sí, pero pienso en publicaciones de Picasso en las que ya jugaba con las formas, veía que había un potencial transformador ahí. La pregunta que insiste en la filosofía de los últimos años es cómo se abre un acontecimiento, cómo aparece lo nuevo. Para muchos pensadores y pensadoras esta apertura tiene que ver con un corte mesiánico, como una obertura muy radical. En cambio, yo me inscribo en la línea de quienes como Rancière, piensan que el acontecimiento no sucede en una estupefacción sino en pequeños desvíos. Me interesan mucho esos pequeños gestos, ese trabajo más micrológico que a menudo abre posibilidades e indeterminaciones.

¿Qué caracteriza hoy los libros de artista?

Yo creo que al mismo tiempo que el arte ha dejado de ser entendido como una forma de expresión para ser un campo de exploración y de investigación, se ha producido una transformación de cómo se entienden las publicaciones de artistas. Y no son el registro de lo que sucedió en una exposición, de lo que fue, del esto ha sido que hablaba Barthes, sino una pieza más que está operando y que está generando su propia dinámica de pensamiento. Hay ahí una suerte de trabajo en los márgenes o en lo que a mí me gusta llamar notas sensibles de los artistas. Es interesante el giro que ArtsLibris está dando por entender que las publicaciones de artistas no sólo son los libros sino también las páginas de web, folletos, vídeos, pequeños afiches, esas formas más bastardas que quedan fuera de los grandes relatos de la historia del arte.

Una de las sesiones es un diálogo entre Cristina Lucas e Itziar Okariz, dos artistas que trabajan con el cuerpo.

Ahí hay algo en particular que me interesa de ambas y es que, aunque con estilos muy distintos, su trabajo insiste mucho en la cuestión de los cuerpos inapropiados. Para mí la cuestión de la imagen y el tacto están siempre muy unidas, y me interesa la cuestión de cómo los cuerpos pueden objetar, cómo los cuerpos desbordan siempre, por mucho que los normalicen porque siempre encuentran los modos de impugnar las políticas que se les imponen. Ahora mismo los cuerpos vuelven a ser puestos bajo sospecha, es precisamente en el encuentro de los cuerpos donde crecen las posibilidades para lo imprevisto. Y hay una segunda cuestión que me parece está también presente en el trabajo de ambas, la inquietud subterránea de cómo pasar de las acciones individuales a las acciones colectivas.  Muchas veces se han menospreciado los aspectos así llamados menores, para asentar la creencia de que todo el orden y la dominación viene por arriba y se desestima esa potencia que tiene el uno a uno, el cuerpo a cuerpo.

TERESA SESÉ