Carlos Oroza sabía sus versos de memoria. Nunca necesitó escribirlos para recordar. Los sabía todos, cientos de ellos, de memoria, incluso manifestó en múltiples ocasiones que le parecía innecesario escribirlos. Cuando en 1974 publicó el Elencar en la vanguardista editorial Tres.Catorce.Diecisiete, su práctica poética no se transformó, su dedicación esencial fue siempre recitar, ya que el espacio escénico es el lugar donde reside la incontestable oralidad de su poesía.
Oroza practicó la poesía larga de los que no escriben sentados, de los que escriben caminando. En su esencia el fondo líquido de la experiencia, la revelación por los sentidos, la iluminación poseída durante la búsqueda irrenunciable del camino… Todo se abre en su inmensidad y me atraviesa.
En Évame, su poesía completa, descubrimos el destino de los signos y, en las premoniciones, el poeta nos avisa, confidente, de una liturgia construida sobre múltiples asociaciones luminosas.
De la vida de Carlos Oroza (Viveiro, 1923 – Vigo, 2015) sabemos poco, él mismo diluyó cualquier dato cotidiano de su biografía. Vivió entre los años cuarenta y los setenta en Madrid donde construyó el núcleo de su obra: un extenso poema oral. La elaboración, el ajuste de su poesía dependió siempre de su oralidad radical.
El primer número de la revista Tropos abre con una extensa entrevista acompañada de sus versos. Fue Premio Beat y Premio Internacional de Poesía UnderGround. Viajó recitando dentro y fuera de España y vivió una temporada en Ibiza. Durante los años setenta residió en el Caurel (Lugo) y en los anos ochenta se instaló definitivamente en Vigo, muy cerca del mar, el elemento que ha guiado su última poesía.
Poeta raro, figura y personaje de la bohemia madrileña, voz única de la poesía española, con seguidores y sin discípulos. En Évame escuchamos todos sus versos que, como ríos automáticos, nos arrastran lejos y muy dentro de lo real.